Recomendación.

Se recomienda empezar por el principio, todo cobra su sentido entonces.

martes, 23 de febrero de 2010

Capítulo 4.

El frío no era excesivo esa mañana. Si que es cierto que le viento se despertó con ganas de dar guerra, pero seguía estando cabizbajo, por lo que su fuerza se mantenía mermada. En su constante carrera contra el mundo, arrasando y llevandose por delante al que hosara ponerse en su camino, vió algo que le hizo pararse de bruces. En la estación de tren, con gesto desafiante y envase albino, vió al humano que seguramente más respeto le había transmitido. Su rostro, al igual que sus gestos, eran totalmente inexpresivos, al igual que su mirada penetrante y azul, o su silencio mortuorio. Intentó azotarlo, mover su corto pelo, obligarle a cerrar sus apagados y a la vez misteriosos ojos... pero nada, no había reacción alguna por su parte.
Mantubo su mirada, fija en el horizonte y el miedo se ocupó de responder al viento; le estaba observando, o eso parecia a su entender, desafiante, penetrante, incisivo...

Era consciente del frío de esa mañana, o quizás no. Sus ganas de salir corriendo, redimidas por su prudencia, le mantenian lo suficientemente caliente y despierto para no sentir el frío.
Quizás la coherencia le había hecho desaparecer cualquier rastro de sentimiento, quizás estubiera borrando los rasgos humanos que le quedaban a su mente.

El viento, decidido a tumbar la supremacía de aquel albino, llamó veloz a la lluvia para que le echara una mano. Y, aun vistiendo su cara con el velo transparente y nítido del agua, no consiguió arrancar expresión o reacción alguna de aquel hombre, por lo que decidió seguir con su imponente marcha, y dejar que la lluvia luchara sola. Quizás las nubes se pasaran por allí antes de perder esa batalla, y por miedo a perder el poco respeto que le quedaba, el viento se marchó.

Pasaron varios minutos, convertidos en varias horas con el paso del tiempo. La Luna seguía reinando el cielo de ese lugar, haciendo parecer que el Sol se retrasaba esa mañana.
Cuando quiso salir a despertar el día, sintió la reprimenda de las nubes, que le impedían molestar a la Luna, que se mantenía mirando, enamorada, encandilada, la mirada del albino.

Cuando consiguió atravesar tenuemente las nubes, corrompido quizás por los celos, pudo observar, como un segundo llegaba a la estación. Un chico alto, pelo rizado y de delgada estructura, guardaba reposo a tres bancos del alvino.
Iba escuchando música con los cascos, y pudo ver como un coche, conducido por una mujer, abandonaba la estación, y se adentraba en lo profundo de la oscura carretera. Tambien se fijó, en que no intercambiaron ninguna palabra, ni una mirada siquiera, y no por falta de ganas de Pedro, que parecía resultarle familiar. Una idea le recorría la mente;

- ¿Será el nuevo?, parece más mayor que yo. No creo que lo sea, no tiene pinta de estar haciendo Bachillerato precisamente.

El albino seguía mirando al frente, y Pedro no paraba de observarle de arriba abajo, y de abajo arriba, y otra vez.
Tenía una anatomía prácticamente perfecta, se le veía fuerte, no en exceso, pero se le notaba una musculatura desarrollada. Era rubio, y muy blanco, parecía nieve. Su altura, tampoco era normal. Aun sentado, se sabía que media dos metros por lo menos... y tenía una mirada peculiar, una mirada que daba verdadero miedo.
Empezó a especular en que estaría pensando ese hombre:

- Lo mismo es una asesino, o un psicópata. Por las pintas que lleva, tampoco lo parece.

Eso era cierto, llevaba unos pantalones vaqueros, con deportivas blancas, y una chaqueta que le cubria un, seguramente, grande y esbelto cuello. Pedro no estaba contento con la presencia de aquel albino, le hacía parecer inferior, y esa era una idea, que no le agradaba en exceso.

Después de diez minutos de especulaciones absurdas, y canciones escuchadas por el auricular, el tren llegó con cinco minutos de retraso. Se subió al tren en cuanto se abrió la puerta, ya que el frío que sentía no le permitía estar mucho más tiempo sentado allí fuera. Una vez dentro, se sentó en el hueco libre cuya ventana posibilitaba la visión del banco donde el albino, guardaba reposo. No estaba seguro, de que ese hombre fuera a sentarse en el tren, tenía pinta de llevar sentado fuera mucho tiempo.
Entonces se acordó de Rodrigo. Quizás era un tio que venía de lejos para felicitarle.
La idea quedó descartada a los pocos segundos. Anatómicamente, eran totalmente distintos;
uno media casi dos metros, era fuerte, muy blanco, mientras que el otro, sobrepasaba con apuros el metro cincuenta, era moreno, y sufría de sobrepeso. No, no podía estar relacionado con su colegio, ni con su familia. Quedó totalmente claro, que no existía relación alguna con él. Cuando se dió cuenta, casi se cae del aisiento al pasillo que dividía el tren en dos mitades. Se le había ido la mente y la mirada hacia otro sitio, y había perdido de vista al albino. Divisó los asientos, en busca de alguna cabeza que se le asemejara, pero nada. No quedaba rastro.

- Mira que hay gente rara...

El tren salió puntual de la estación, a las siete y media. Comenzaba un nuevo día, un día que prometía muchas emociones y sorpresas, aunque no habia comenzado con muy buen pie...

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